El rincón de escribir

Una hoja de papel arrugada y hecha bola sobre un suelo de madera, como si de una planta rodante del desierto se tratase.

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Tumbleweed

Esta primera hoja en blanco de mi libreta es un desierto de Arizona y los tres puntos suspensivos que trazo, tres vaqueros. Minúsculos. Lejanos.

Protesto. Paso de página arqueando la hoja sobre sí misma. Casi la arranco en un arrebato, pero a medio camino recapacito y mirándola así arrugada bien parece la ladera de un cañón. Los tres puntos son ahora tres nombres a caballo: Jay, John y Jesse.

He cerrado de golpe la libreta cuando me han descubierto observándoles desde lo alto del precipicio. Si la vuelvo a abrir voy a tener que enfrentarme a ellos y mi torpeza con las armas solo es equiparable a mi falta de inspiración. ¡Chist, silencio! Si no muevo un dedo pasarán de largo. Si no hago nada no tendré por qué escribir.


Con el amanecer no he podido resistirme a echar otro vistazo. Los tres han acampado aprovechando un pliegue del papel. Han dormido en una doblez junto al arroyo.

No soy consciente de haber rayado este folio. No sé de dónde sale la curva que hace las veces del caudal en el que se asean. Tampoco recuerdo haber escrito la ristra de palabras que pasta río abajo. La superficie de la hoja, sin embargo, está repleta de garabatos y anotaciones, como si yo hubiera apretado mi lápiz contra sus fibras arrojando sobre ellas un puñado preñado de delirios nocturnos. Ilegibles. Inservibles.

He optado por arrancar la página y hacer con ella una bola de papel para tirarla a la basura. Mi torpeza con las armas es consecuencia directa de mi mala puntería. Ahora tengo una planta rodante en el suelo del estudio, cerca de la papelera, que avanza y se detiene al ritmo del ventilador.


La segunda hoja en blanco de mi libreta es la puerta batiente de un salón del oeste al mediodía. Chirriante y descolgada. Tres veces la hago oscilar.

Jay, John y Jesse enfilan la barra del bar. Nadie quiere problemas por aquí. Yo tampoco. Así que intento pasar rápido de página. Relleno el resto de este folio con el bosquejo sesgado de un álamo gigantesco que cobija bajo su sombra a paisanos y animales. Incluyo el banco al final de la calle y una silueta con estrella que representa a la autoridad.

El pero es que he metido la pata al manipular de nuevo la hoja para avanzar. Con el movimiento he empujado al sheriff de forma abrupta hacia el interior de la cantina y ya noto, ay, cómo los caballos de mis tres vaqueros relinchan y cocean desde el otro lado del folio anticipándome un altercado que aún no soy capaz de imaginar.

No muevas un dedo. Pasarán de largo. Pero tuve que mirar…


La tensión en el interior de la cantina es palpable o quizá sea la presión de mis yemas sobre la hoja estirando las costuras de la libreta abierta, sopesando si arrancar otra página más.

No nos gustan los forasteros, barbota el sheriff mientras recupera parcialmente la dignidad que le he arrebatado con mi zarandeo. La tos seca del tabernero discrepa, a fin de cuentas a más gaznates en el pueblo mejor para el negocio. Jesse le guiña un ojo desde el otro lado de la barra: Todos somos forasteros en el oeste, ¿no crees? Menudo diálogo de mierda, les increpo, porque solo faltaba que no pudiera opinar.

Me han mirado. Todos. De sopetón. No he tenido más remedio que moverme muy lentamente hacia atrás, abatir esta misma hoja y huir en uno de los jamelgos que aguardaban bajo la sombra del álamo que tanta prisa me di antes en adjetivar. He dejado atrás la calle principal. He sobrepasado el banco. He cabalgado como hacía años no me sentía capaz. Mi idea era remontar el río de la noche previa, acampar allí también quizás, pero de bruces me he topado con la inmensidad rasgada de mi propio acantilado artificial, con esta maldita manía mía de arrancar páginas sin pensar.

Abajo, al fondo, a lo lejos en el suelo, la bola de papel que contiene todas mis vías de escape golpea la papelera del estudio con la persistencia de un personaje de relleno en un relato cualquiera atrapado en un déjà vu cíclico. El personaje atrapado en. El relato atascado en. Un bucle rodante de decisiones precipitadas.


Relato de junio de 2021. Si habéis leído El Caballero inexistente de Italo Calvino, Tumbleweed se le da un aire. Por si os lo preguntáis, yo escribí esto antes de haber leído aquello (error ya subsanado, lo de no haberlo leído). Por si no lo conocéis, lo tienen en Casa Tomada. Lo tendrán también en otras librerías y en bibliotecas, pero yo meto su cuña siempre que puedo. Hacen talleres intensivos en verano de novela, escritura creativa, poesía y cómics para niños. Me apuntaría a todos, pero los niños me mirarían raro. Siempre me han dicho que aparento menos años de los que tengo, pero no me lo creo desde que un crío me llamó señora a mis veinte. En fin, espero que os gusten mis relatos, podéis adularme en los comentarios. Prometo borrar solo los que no me gusten. :)

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