El rincón de escribir

Composición visual del microrrelato Bajo el sofá para ilustrar la entrada sobre el mismo en este blog. El texto del relato está copiado íntegro en la imagen.

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Microrrelatos, ¿concisión o vagancia?

La semana pasada decía por aquí que lo único que había escrito nuevo estos años había sido un microrrelato para la maratón de la Feria del Libro de Sevilla. Dejé obviamente la puerta abierta para compartirlo en el blog más pronto que tarde. Podría copiarlo ya y no perderme en divagaciones que nadie leerá, pero, qué diantres, es mi blog y me enrollo como quiero. Así que aprovechemos para ahondar un poco en mi relación con los microrrelatos, ¿son producto de mis ansias de concisión o de mi vagancia más absoluta? Veamos.

Un microrrelato es un relato chiquito. ¿Cómo de chiquito? Pues cortito como un suspiro o un poquito más lago como un quejío o un poquito más como una ristra de maldiciones cuando alguien te cae mal. Mucho mucho más, no. Aunque no hay un límite claro entre el microrrelato y el relato corto, si se ve que aquello se enrolla, ya micro no es. Qué sé yo, más de doscientas palabras quizá podría empezar a considerarse algo contundente. Al menos en mi caso, que soy mucho de relatos pero de relatos cortos (uno o dos folios). No tanto de relatos extensos (treinta páginas ahí bien echadas). Tampoco tanto de microrrelatos (un par de párrafos, tres o solo uno), que algunos tengo, aunque no muchos.

Ahora bien, tirar unas cuantas palabras juntas no es escribir un micro. Porque una frase corta puede ser ingeniosa, sí, pero eso es un chascarrillo o como mucho, si rima, un refrán y los refranes reparten sabiduría, pero relatos no son. Para que un texto escrito se considere relato tiene que narrar algo, ¿no? Digo yo que sí. Y también lo dice gente que entiende de esto. Pues eso, en un relato corto o en un microrrelato debe darse la narración. Un micro tiene que contar una historia que obviamente irá más allá de las pocas palabras que lo compongan. Es más, siendo tan corto, debe jugársela a la complicidad lectora. La persona que lo lea deberá poner de su parte para hacerse cargo de toda la historia implícita que no se cuenta pero que sí se intuye que está ahí.

Con lo dicho hasta ahora tendríamos un texto corto que cuenta una historia. Y, claro, para que llame la atención, además debe romper las expectativas, tener un giro, un ingenio. Si no, qué estaríamos contando, una anécdota quizás. A ver, por ejemplo, si yo os digo que el perro del vecino ladra al sofá cuando no hay nadie en casa, simplemente os estoy poniendo al día en su ansiedad por separación, ok. Pero si os lo relato así, título incluido:

Bajo el sofá

Las patas de madera robusta elevaban el sofá del salón de la casa unos quince centímetros sobre el suelo. Altura más que suficiente para que todas las pelotas del perro acabaran ahí perdidas, al lado de las canicas con las que el niño molestaba al vecino y al lado del monstruo que, desde que quitaron el somier, ya no cabía bajo la cama. Raúl dormía mejor desde que Ronco ladraba al sofá.

Así contado el tema del perro adquiere otra dimensión, ¿no? Tiene su giro, que no es gran cosa, pero le da la vuelta al porqué de los ladridos e implica más historia detrás de las pocas palabras escritas. Pues este fue el micro que llevé a la maratón de microrrelatos de la Feria del Libro de Sevilla 2022. Esta maratón no es más que una reunión de aficionados que organiza todos los años Eduardo Cruz Acillona y en esta ocasión tenía las restricciones de (1) contar historias que ocurrieran dentro de casa (2) en menos de cien palabras. Dicho y hecho. 2022 no fue un año en blanco para mí gracias a esto.

Ay, en fin. No es la primera vez que participo. En 2018 fui con otro relato y, ya que estamos, por aquí lo dejo también. Es un poco mayor (181 palabras) y se nota que la dinámica varía.

Caer y rebotar

Hay gente que cae y, en lo que está subiendo, coge impulso y sale disparada hacia una nueva existencia de posibilidades. Pero también hay gente como Maruja. Maruja cuando cae, no rebota, se enfanga. Cuando Maruja cae, lo hace a plomo, de bruces y sin rebote.

Maruja ha aprendido a coger aire, porque ya en una ocasión le ocurrió que dio con la napia en el suelo y no solo dolió sino que hasta costó respirar. Así que ahí tenemos a Maruja, con la cara contra el barro, en cuenta regresiva, esperando a que le funcionen las extremidades para poder levantarse de nuevo. Una burbuja de aire en forma de pompa emerge de entre el lodo cercano a sus fosas nasales. Llueve.

Los que son de rebotar dirán que se recrea. Puede que hasta tengan ganas de azuzarla con un palo largo, desde lejos, para comprobar si sigue aquí, en el reino de los vivos. Pero es que quizá no se hayan parado a pensar que, cuando es una con el barro, solo en ese momento, Maruja descansa.

Conclusiones

Los microrrelatos son cuentos cortos, tan cortos como una sola frase o un puñao de ellas, pero no mucho más. Cuentan más de lo que sus pocas palabras aparentan y tienen una vuelta de tuerca que es la que nos deja pensando. Cuanto más cortos, más por lo alto empiezan. Y, aunque parezca que la que los escribe no tiene ganas, son un trabajo de precisión (ya el talento es otro tema).

Con lo que, si os quedáis con la duda que planteo en el título de esta entrada, ¿los microrrelatos son fruto de la concisión o son un acto de vagancia suprema? La respuesta es : para mí, los micros son un trabajo de precisión, por tanto, concisos y, al mismo tiempo (para qué escribir treinta páginas si puedes contar una historia en tres líneas), esta concisión es hija de la vagancia.

No dejéis de seguir el blog para más consejos con los que amenizar vuestras comilonas familiares. También podéis buscarme en redes. Soy igual de obtusa en Twitter que aquí y algo menos en Instagram. Va, hasta pronto. :)

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