Lo manoseáis todo.
Tengo una imagen gastada en la memoria. No es clara, ninguno de mis recuerdos lo es. Seguramente la haya adornado con el paso del tiempo. Pero ahí está, fija en mi memoria: Una imagen de mi madre sentada en la mesa del comedor trabajando entre papeles y su máquina de escribir. Mi madre en la mesa del comedor cuando la mesa del comedor no hacía gala de su nombre, cuando la mesa del comedor hacía las veces de su despacho. El despacho de una madre que no tiene espacio propio.
Todo lo toqueteáis, le quitáis sentido.
Está sentada en una de las sillas, con una de sus piernas levantada, apoyada en otra silla. La tabla de madera de la mesa está protegida con un hule grueso de plástico blanco en su parte superior, con pelillos aterciopelados en la inferior, acariciando la madera. Yo no puedo dibujar en la mesa si esa tela de hule no está puesta. Pero la tela está puesta y yo estoy al otro lado de la mesa, pintando. Tengo seis años. No. En realidad no lo sé, quizá tenga menos. Mi madre sostiene en alto una revista sobre obstetricia y ginecología. Lee algo. Está en inglés. Yo no sé inglés, no al menos el inglés suficiente, pero sé que es esa revista porque mi padre las colecciona en su consulta. Tiene cientos de números expuestos en las estanterías superiores. Una vez salió en uno de ellos. Pero él tampoco sabe inglés, al menos no el inglés suficiente. Mi madre le traduce los artículos más importantes. Los transcribe al español en su pequeña Olivetti aguamarina.
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